CARTA A UN MALTRATADOR

Visto en Educación y T.I.C.


Carta a un maltratador





Fernando
Orden Rueda 2º de Bachillerato, de Ciencias de la Salud. IES
Bioclimático, de Badajoz. II Premio del II Concurso Nacional
'Carta a un maltratador', convocado por la Asociación 'Juntos
contra la violencia doméstica'

Para ti, cabrón:
Porque lo eres, porque la has humillado, porque la has menospreciado,
porque la has golpeado, abofeteado, escupido, insultado… porque
la has maltratado. ¿Por qué la maltratas? Dices que es su
culpa, ¿verdad? Que es ella la que te saca de tus casillas,
siempre contradiciendo y exigiendo dinero para cosas innecesarias o que
detestas: detergente, bayetas, verduras… Es entonces, en medio
de una discusión cuando tú, con tu 'método de
disciplina' intentas educarla, para que aprenda. Encima lloriquea, si
además vive de tu sueldo y tiene tanta suerte contigo, un hombre
de ideas claras, respetable. ¿De qué se queja?Te lo
diré: Se queja porque no vive, porque vive, pero muerta. Haces
que se sienta fea, bruta, inferior, torpe… La acobardas, la
empujas, le das patadas…, patadas que yo también
sufría.

Hasta aquel último día. Eran las
once de la mañana y mamá estaba sentada en el
sofá, la mirada dispersa, la cara pálida, con ojeras. No
había dormido en toda la noche, como otras muchas, por miedo a
que llegaras, por pánico a que aparecieses y te apeteciera
follarla (hacer el amor dirías) o darle una paliza con la que
solías esconder la impotencia de tu borrachera. Ella
seguía guapa a pesar de todo y yo me había quedado
tranquilo y confortable con mis piernecitas dobladas. Ya había
hecho la casa, fregado el suelo y planchado tu ropa. De repente, suena
la cerradura, su mirada se dirige hacia la puerta y apareces tú:
la camisa por fuera, sin corbata y ebrio. Como tantas veces.
Mamá temblaba. Yo también. Ocurría casi cada
día, pero no nos acostumbrábamos. En ocasiones ella se
había preguntado: ¿y si hoy se le va la mano y me mata?
La pobre creía que tenía que aguantar, en el fondo
pensaba en parte era culpa suya, que tú eras bueno, le dabas un
hogar y una vida y en cambio ella no conseguía hacer siempre
bien lo que tú querías. Yo intentaba que ella viera
cómo eres en realidad. Se lo explicaba porque quería huir
de allí, irnos los dos…Mas, desafortunadamente, no
conseguí hacerme entender.

Te acercaste y sudabas,
todavía tenías ganas de fiesta. Mamá dijo que no
era el momento ni la situación, suplicó que te acostases,
estarías cansado. Pero tu realidad era otra. Crees que siempre
puedes hacer lo que quieres. La forzaste, le agarraste las
muñecas, la empujaste y la empotraste contra la pared. Como
siempre, al final ella terminaba cediendo. Yo, a mi manera gritaba,
decía: mamá no, no lo permitas. De repente me oyó.
¡Esta vez sí que no!–dijo para adentro-,
sujetó tus manos, te propinó un buen codazo y
logró escapar. Recuerdo cómo cambió tu cara en ese
momento. Sorprendido, confuso, claro, porque ella jamás se
había negado a nada.

Porque tú no lo ibas a
consentir. Era necesario el castigo para educarla. Cuando una mujer
hace algo mal hay que enseñarla. Y lo que funciona mejor es la
fuerza: puñetazo por la boca y patada por la barriga una y otra
vez…Mamá empezó a sangrar. Con cada golpe, yo
tropezaba contra sus paredes.

Agarraba su útero con mis
manitas tan pequeñas todavía porque quería vivir.
Salía la sangre y yo me debilitaba. Me dolía todo y me
dolía también el cuerpo de mamá. Creo que
sufrí alguna rotura mientras ella caía desmayada en un
charco de sangre.Por ti nunca llegué a nacer. Nunca pude
pronunciar la palabra mamá. Maltrataste a mi madre y me
asesinaste a mí.Y ahora me dirijo a tí.

Esta
carta es para tí, cabrón: por ella, por la que
debió ser mi madre y nunca tuvo un hijo. También por
mí que sólo fui un feto a quien negaste el derecho a la
vida.Pero en el fondo, ¿sabes?, algo me alegra. Mamá se
fue. Muy triste, pero serenamente, sin violencia, te denunció y
dejó que la justicia decidiera tu destino. Y otra cosa: nunca
tuve que llevar tu nombre ni llamarte papá. Ni saber que otros
hijos felices de padres humanos señalaban al mío porque
en el barrio todos sabían que tú eres un maltratador. Y
como todos ellos, un hombre débil. Una alimaña. Un
cabrón.


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